Gestión de Emociones

La dimensión sistémica de problemas y de suertes personales

Entrevista con Bert Hellinger realizada por Norbert Linz

N.L.: Querido Bert, ¿cuál fue el camino que te llevó a la terapia sistémica?

H.: Me es difícil de reconstruir, puesto que hace ya tanto tiempo de eso; pero sí recuerdo
que la idea clave me vino cuando estaba practicando el análisis conciliatorio según Eric
Berne. El partía de la idea de que toda persona vivía siguiendo un patrón determinado. Es
posible descubrir este patrón a través de historias literarias, como por ejemplo cuentos,
novelas, películas, etc., por los que la persona en cuestión se muestra especialmente
afectada. Primeramente se le pregunta por una historia que le impresionaba en su primera
infancia ¾ ya antes de los cinco años ¾, y después, por otra que le cautiva de manera
especial en el presente. Al comparar estas dos historias, las similitudes encontradas
permiten desentrañar el plan de vida secreto. Eric Berne pensaba que este guión se basaba
en mensajes que los padres transmitían a los hijos a una edad temprana. Pero en un
momento determinado descubrí que eso no era cierto.
N.L.: ¿Cómo lo descubriste?
H.: Vi que algunos de los llamados guiones ¾ es decir de los planes de vida a los que las
personas siguen sin darse cuenta ¾ se fundamentan en vivencias anteriores, independientes
de lo transmitido por los padres. Cuando, por ejemplo, una persona aporta la historia de
«Rumpelstilzchen», se ve que es una historia en la que un padre da a su hija, y la madre
falta. Así es posible seguir a este indicio preguntando a la persona: «¿Hubo en tu familia
algún niño que fue dado, o te dieron a ti mismo de niño?» En un caso así, quizás salga a la
luz que la persona se siente como un niño abandonado y que se ha propuesto sentir y
comportarse así.
N.L.: Posteriormente, ¿cómo se desarrolló tu trabajo con guiones?
H.: Al cabo de un cierto tiempo descubrí que muchas de estas historias no se referían en
absoluto a la persona que las contaba, sino a otro miembro de su familia. Así, una vez un
hombre se mostraba muy impresionado por la historia de Otelo, y de repente me di cuenta
de que esa historia no podía referirse a él, ya que la experiencia de Otelo no puede ser la de
un niño.
Así, pues, le pregunté directamente:
¿Qué hombre de tu familia mató a alguien por celos?
Me dijo:
Mi abuelo. Su mujer le fue infiel y él mató al amante.
Desde entonces, en mi trabajo con guiones distinguía muy claramente cuándo una historia
se refería a una vivencia personal y cuándo estaba relacionada con la vivencia de otra
persona. Así me encontré por primera vez con la dimensión sistémica de problemas y de
suertes personales.
N.L.: ¿Todo eso resultó de la observación?
H.: No exclusivamente. Eric Berne, al hablar de guiones, ya pensaba también en una
dimensión sistémica, pero aún no se dio cuenta de su alcance. Otros terapeutas de análisis
transaccional posteriores a él volvieron a apartar esa idea. Es decir, Eric Berne ya me dio
una pista.
N.L.: ¿Aún hubo otras pistas más?
H.: Sí, aún hubo algo más que me llevó a una visión sistémica. Durante mucho tiempo
estuve trabajando con terapia primaria. En un caso trabajé con una cliente que expresaba
sentimientos que me parecían incomprensibles. Esa mujer había tratado a un hombre de una
manera imposible, pero a nivel emocional no lo había advertido en absoluto. En aquel
entonces aún no sabía cómo tratar un caso así, por lo que cometí algunos errores que más
tarde lamenté mucho.
N.L.: Desde tu punto de vista posterior, ¿qué hiciste mal en aquel entonces?
H.: Le adjudiqué esos sentimientos como si de su sentimientos personales se tratara. Sólo
más tarde me di cuenta de que también existía algo así como sentimientos adoptados. Antes
partía de la idea de que únicamente había dos grupos de sentimientos: los sentimientos
primarios, como reacción inmediata a determinados sucesos o a un dolor sufrido, y los
sentimientos que sustituyen un sentimiento primario o sirven de defensa contra éste. Por
ejemplo, el caso de una persona que se pone triste cuando en realidad tendría que estar
furiosa; o enfadada, cuando tendría que dar las gracias.
N.L.: Es decir, los sentimientos secundarios.
H.: Sí. Al intentar comprender el caso antes descrito, me di cuenta de que también existían
los sentimientos adoptados, es decir que alguien, sin saberlo, adopta los sentimientos de
otra persona, transfiriéndolos, al mismo tiempo, a una tercera persona que no tiene nada
que ver con ellos. Así, también desde terapia primaria me topé con la dimensión sistémica
de sentimientos y de suertes trágicas.
Aún pude observar otra cosa más. Vi que a veces también los sueños no tenían nada que ver
con el soñador, sino que éste soñaba algo que pertenecía a otra persona de su familia.
Adjudicar el contenido de estos sueños al soñador puede llevar a malentendidos y también
puede resultar injusto con la persona en cuestión. Es decir, también los sueños a veces
revelan implicaciones con la suerte de otras personas; también ellos encierran, a veces, una
dimensión sistémica.
Maestros e impulsores
N.L.: Mencionaste a Eric Berne como uno de tus impulsores. ¿Qué otros maestros a los que
debes tu desarrollo como terapeuta habría que citar?
H.: Son muchos. Mis primeros instructores fueron entrenadores de dinámica de grupo en
Sudáfrica, formados en Estados Unidos. En su mayoría, esos entrenamientos en dinámica
de grupo eran organizados por miembros del clero anglicano para colaboradores de la
Iglesia. También invitaban a miembros de otras confesiones y de diversas razas. Fue una
vivencia muy profunda para mí ver cómo las diferencias podían disiparse gracias al respeto
mutuo. Además pude emplear lo aprendido en seguida, ya que en aquel entonces era
director de una escuela grande para africanos negros en Natal. Es decir, la dinámica de
grupo fue lo primero. En aquel entonces no pensaba, ni lo más remoto, en psicoterapia.
N.L.: ¿Y cómo llegaste a psicoterapia?
H.: Al volver a Alemania en 1969, comencé yo mismo a ofrecer entrenamientos de
dinámica de grupo, pero pronto me di cuenta de que aquello no me era suficiente. Por tanto,
me sometí a una formación psicoanalista en Viena. También eso me aportó mucho.
Aún durante esa formación y a través de mi analista, cayó en mis manos el libro de Arthur
Janov, The Primal Scream (El Grito Primario). En aquel entonces, el libro aún no se
conocía en el ámbito germanohablante. La inmediatez con la que Janov abordaba los
sentimientos centrales me impresionó profundamente. Secretamente probé sus métodos en
mis cursos de dinámica de grupo, percibiendo inmediatamente su fuerza explosiva. En
consecuencia decidí someterme también a una terapia primaria una vez terminada la
formación psicoanalista. Dos años más tarde fui a Estados Unidos, donde durante nueve
meses hice terapia primaria con Janov y su primer director de formación. Allí aprendí
mucho de cómo enfrentar sentimientos; a partir de entonces, los arranques de sentimientos
fuertes, o incluso violentos, ya no me aturdían. Sí que me afectan y conmueven
determinados sentimientos…
N.L.: … pero no te dejas atrapar por ellos.
H.: Sé poner mis límites. Pero muy pronto me di cuenta de que la terapia primaria también
tenía sus puntos débiles.
N.L.: ¿Cuáles?
H.: Que algunos clientes y terapeutas ya no se guían más que por sus sentimientos. Lo
comprendí muy pronto y procuré protegerme contra ese fallo. Sin embargo, quise conservar
lo valioso, sobre todo el hecho de que el individuo quedara remitido a sí mismo, es decir,
que no pudiera escaparse de sus propios sentimientos ocupándose de los demás y desviando
la atención de su propia persona. Así, por ejemplo, la persona no recibe de los demás
ninguna respuesta a los sentimientos que expresa.
N.L.: ¿Cómo aprovechaste tus experiencias de terapia primaria más adelante?
H.: A mi vuelta a Alemania estuve trabajando un tiempo muy intensamente con terapia
primaria. Con el tiempo, sin embargo, noté que los grandes sentimientos que allí surgían
casi todos encubrían otro sentimiento, a saber, el amor primario a la madre y al padre. Es
decir, los sentimientos como la rabia y la cólera, o el dolor y la desesperación, muchas
veces no son más que una defensa contra el dolor causado por una interrupción de un
movimiento temprano hacia la madre o el padre.
N.L.: ¿Que podemos imaginarnos concretamente bajo el concepto de «movimiento
interrumpido»?
H.: El hecho de que el niño pequeño quería estar con la madre o el padre, pero no podía
llegar a ellos, por ejemplo, estando ingresado en un hospital, o de recién nacido en la
incubadora, o porque el padre o la madre murieron pronto. En todos estos casos el amor se
convierte en dolor. Este dolor es la otra cara del amor, pero en el fondo es exactamente lo
mismo. El dolor es tan grande que más tarde el niño no quiere volver a tocarlo nunca más.
En vez de acercarse a la madre, o a otras personas, prefiere mantenerse alejado de ellos,
sintiendo rabia o desesperación o tristeza en vez del amor. Sabiendo eso, es posible dejar de
lado esos sentimientos de un primer plano y abordar directamente el amor. Se lleva al
cliente al punto en el que el movimiento hacia uno de los padres se interrumpió, para
reanudarlo allí mismo, o bien a través de terapia primaria, o en el marco de una
constelación familiar. Así, el amor interrumpido alcanza su meta y llega una profunda paz.
Muchos resultados de heridas sufridas en temprana edad, es decir, miedos,
comportamientos compulsivos, fobias, susceptibilidades y demás comportamientos
neuróticos, terminan allí.
N.L.: ¿Cuál es la tarea del terapeuta en todo este proceso?
H.: Yo represento a la madre o al padre para el cliente, y sólo siendo consciente de esta
representación, puedo acompañar y dirigir el movimiento del cliente hacia sus padres. Lo
llevo con su madre o su padre y, una vez llegado allí, hago sitio para ellos y desaparezco.
N.L.: ¿Qué haces para que el cliente, en un trabajo tan propenso a crear vinculaciones, no
transfiera demasiado a ti?
H.: Una vez llevado a término su movimiento interrumpido, el cliente se olvida de mí. Lo
entrego a sus padres, a las mejores manos para él, y yo puedo retirarme tranquilamente. Por
eso, el peligro de transferencias es ínfimo.
N.L.: ¿Aún habría que mencionar otros métodos terapéuticos que fueron importantes para
ti, por ejemplo terapia familiar?
H.: Durante muchos años, entre 1974 y 1988, combinaba análisis conciliatorio y terapia
primaria. Después me dediqué intensamente a terapia familiar. Esta era la nueva corriente
durante los años 70. Por tanto, me fui a Estados Unidos para participar, durante cuatro
semanas, en un gran seminario de terapia familiar con Ruth McClendon y Les Kadis que
me permitió aprender mucho. Hicieron constelaciones familiares impresionantes,
encontrando buenas soluciones intuitivamente, o a través de experimentos, pero yo no
podía captarlo en todo su sentido. Tampoco ellos podían explicarlo, ya que no eran
conscientes de los patrones básicos.
N.L.: Para tener un punto de referencia, ¿en qué año fue eso?
H.: En 1979. Más tarde, Ruth McClendon y Les Kadis vinieron a Alemania para dar dos
cursos de terapia multifamiliar, es decir, durante cinco días trabajaban simultáneamente con
cinco familias, padres e hijos. Entonces pensé que quizás me dedicaría exclusivamente a
terapia familiar, que aquello era lo único verdadero. Pero después miré a mi trabajo
realizado hasta entonces y decidí aún seguir en esa línea, ya que había ayudado a muchas
personas. Pero la terapia familiar me había cautivado por completo, y dado que veía cada
vez con más claridad las dimensiones sistémicas de problemas y destinos, en cuestión de un
año mi trabajo cambió tanto que acabó transformándose en terapia familiar, pero de una
manera que englobaba mis experiencias anteriores.
N.L.: Después, tú mismo hiciste terapia familiar.
H.: Sí. Pero antes aún participé en dos cursos de constelaciones familiares con Thea
Schönfelder. Ella trabajaba de una manera muy clara, y yo ya lo comprendía algo mejor,
pero aún no del todo.
Después, mientras preparaba una conferencia sobre culpa e inocencia en sistemas, me
quedó claro que existía un orden de origen, es decir que lo anterior en un sistema tenía
prioridad sobre lo posterior.
N.L.: Junto con los «sentimientos adoptados» y el «movimiento interrumpido», éste es otro
enfoque originalmente tuyo.
H.: ¿Qué quiere decir «originalmente»? Comprendí una realidad oculta de la misma manera
que hubiera podido comprenderla otro. Por tanto, tampoco reclamo ningún derecho. Pero
de esta manera tenía el patrón fundamental que me permitía reconocer y solucionar
trastornos en relaciones familiares. Sólo entonces pude comenzar a trabajar yo mismo con
constelaciones familiares. Con el tiempo aún encontré otros patrones, por ejemplo la
representación de personas excluidas por otras, nacidas posteriormente, y la importancia del
equilibrio entre dar y tomar, tanto en la familia como en la red familiar.
Constelaciones Familiares
N.L.: Antes mencionaste que muchos otros trabajaron con constelaciones familiares antes
que tú. ¿Qué distingue tu manera de hacer constelaciones?
H.: Yo confío plenamente en que el individuo, al configurar su familia, está en contacto con
algo que lo supera. Por tanto, me abstengo de dar indicaciones previas. Algunos terapeutas
les dicen a los participantes qué posturas deben tomar, por ejemplo que se inclinen hacia
adelante o que miren en una dirección determinada. Es lo que llaman una escultura familiar.
Yo no permito nada de eso. En cuanto alguien se entrega al proceso de una manera
centrada, esta persona hace todo eso por su propio impulso, siempre que sea necesario. Así
el trabajo cobra otra fuerza convincente que si yo antes les digo qué hacer.

También, cuando una persona configura su familia de una manera preconcebida, nunca es
acertado. La imagen de cómo la familia es va surgiendo paso a paso durante la
constelación, sorprendiendo incluso a la persona que la configura.
N.L.: ¿Cómo te explicas el hecho de que en las constelaciones familiares realmente
aparezca la verdad sistémica?
H.: No puedo explicarlo. Pero es posible ver cómo, en cuanto los participantes de una
constelación son situados en relación unos con otros, ya no actúan y sienten como ellos
mismos, sino como los miembros de aquella familia que representan. Incluso desarrollan
los síntomas físicos de aquellas personas.
Hace poco, en un curso para enfermos, participó un hombre que sufría de epilepsia. Quería
configurar su sistema familiar, pero no era capaz de hacerlo porque psíquicamente ya no
estaba del todo presente. Así le pedí a su mujer que configurara la familia de origen de su
marido; ella sí podía hacerlo. Cuando ese cliente tenía diez años, su padre perdió la vista en
un accidente con explosivos. Desde entonces ya no se atrevía a acercarse a su padre por
miedo de quedarse también ciego. En la constelación le dije a su representante que se
arrodillara ante el padre, bajara la cabeza hasta el suelo y le dijera: «Te doy la honra.» Así
lo hizo: se arrodilló, bajó la cabeza hasta el suelo y, al decir esas palabras, se mostró muy
emocionado. De repente, empezó a convulsionarse como si tuviera un ataque epiléptico; no
podía resistirlo.
Es decir, se percibe que existe un saber y un sentir inmediatos que sobrepasan en mucho
aquello que nos es comunicado exteriormente.
N.L.: ¿Sería una especie de inconsciente colectivo que actúa aquí?
H.: No lo sé. También me guardo mucho de encontrar un nombre para este fenómeno.
Simplemente veo que existe. Por tanto, también es posible ver en seguida cuándo una
persona realmente se entrega y se abre en una constelación familiar, y cuándo no. Algunos
se resisten, o se encuentran en un embrollo personal; en un caso así, los saco en seguida de
la constelación.
La percepción
N.L.: Muchas veces dices que esto o lo otro «se ve en seguida». ¿Qué proceso es este ver
para ti?
H.: Es un mirar que va más allá del fenómeno, es decir de aquello que resulta apreciable en
ese momento.
N.L.: Por tanto, ¿no es un mero observar?
H.: No, es algo totalmente diferente. Al observar, la mirada se concentra en un foco. El
mirar abarca la amplitud; se dirige al todo, sobrepasando lo individual y aquello que se
encuentra en un primer plano. Es decir, veo a una persona junto con su familia. Por tanto,
cuando alguien configura a su familia, puedo ver inmediatamente si falta una persona o no,
ya que mi mirada va más allá de la imagen. A continuación, al comprobarlo en el grupo,
preguntando: «¿Cuál es la imagen que tenéis vosotros? ¿Falta alguien aquí, o no?», muchos
me confirman lo mismo. Es decir, no se trata de un conocimiento exclusivamente mío. Tan
sólo requiere un poco de práctica para que uno pueda fiarse de esta percepción y sepa
«mirar».
Resistirse a mirar
Sin embargo, hay un hecho muy importante a tener en cuenta. Cuando una persona mira de
esta manera y, al mismo tiempo, interiormente hace una pregunta o formula una objeción,
ya no puede ver así. Cuando dice, por ejemplo: «Eso no es posible», o: «Ahora, quizás, me
muevo en mi imaginación», cuando empieza a dudar o a tener miedo. Cuando de repente es
consciente de lo que realmente ve ¾ por ejemplo que una persona está cerca de la muerte ¾
y empieza a sentir miedo de mantener esta percepción y de decirla, entonces ya no puede
ver.
N.L.: ¿Cómo se ve algo así, es decir, si una persona está cerca de la muerte? ¿Cuáles son
los indicios que permiten determinarlo?
H.: Esto ya sería …
N.L.: …¿una objeción?
H.: Esto sería una objeción. Pero en vez de hacer una objeción, se comprueba por el efecto
si lo que se acaba de ver es cierto. También el cliente lo comprueba por el efecto. Cuando le
comunico mi percepción, diciendo: «Veo que tu vida está llegando a su final», es posible
que reaccione de manera espontánea, por ejemplo afirmando mis palabras y mostrándose
profundamente afectado. Así veo que acabo de percibir algo que él mismo también sabía,
pero que aún no se atrevía a admitir. De la misma manera también es posible ver otras
cosas, por ejemplo que una relación está terminada. Eso se puede ver. Cuando se les dice a
las personas en cuestión, respiran aliviados porque por fin ha salido a la luz. Estas
reacciones permiten tanto comprobar lo visto como ejercitar la mirada, y la valentía de
comunicar abiertamente lo percibido aumenta.
Hipnoterapia según Milton Erickson
N.L.: ¿Aún hay otros impulsores o terapeutas que influyeron en tu trabajo?
H.: Sí, en gran parte, los discípulos de Milton Erickson.
N.L.: ¿Podrías describir más concretamente los elementos que consideras importantes de
Milton Erickson y de sus discípulos?
H.: Lo primero sería que Milton Erickson reconoce a la persona de la manera que es y que
reconoce las señales de la manera que son, guiándose directamente por estas señales del
cliente. Este proceso se desarrolla a varios niveles: en un primer plano, por ejemplo,
escuchando lo que una persona dice; y en un segundo plano, por ejemplo, percibiendo los
movimientos casi imperceptibles que la persona realiza. A este nivel se emiten señales que
muchas veces difieren totalmente de lo que se expresa verbalmente. El terapeuta ve y
diferencia estos niveles. Es esto lo que muchas veces asombra a los clientes, y me
preguntan: «¿Cómo lo ves? ¡Si yo dije otra cosa totalmente diferente!» Pero yo vi sus
reacciones.
N.L.: ¿Cuáles fueron los discípulos de Erickson con los que estudiaste primordialmente?
H.: Jeff Zeig y Stephen Lankton fueron mis principales maestros. Antes ya había
participado en dos seminarios con Barbara Steen y Beverly Stoy. Ellos me introdujeron a
los métodos de Milton Erickson, así como a Programación Neurolinguística (PNL) y al
trabajo con historias. Así, por ejemplo, a cada uno en el grupo le contaron una historia que
daba en el blanco; es decir, a través de la mera percepción inmediata captaban algo
importante, transmitiéndolo después mediante una historia. Al conocer este tipo de trabajo,
me hubiera gustado emplearlo también, pero no me salía. Dos años más tarde, sin embargo,
se me ocurrió por primera vez una historia terapéutica en un grupo: «Los dos Orfeos», que
más tarde se convirtió en «Las dos Caras de la Felicidad.»
Historias
N.L.: ¿Cuándo empleas las historias? ¿Existen reglas determinadas al caso?
H.: Cuando me quedo bloqueado en el trabajo con alguien, a veces se me ocurre una
historia para esa persona. Muchas de mis historias nacieron de esta manera y siempre tienen
un efecto sorprendente.
N.L.: ¿A qué efectos te refieres?
H.: Lo primero es que la persona ya no tiene que tratar conmigo directamente. Cuando le
digo algo directamente, por ejemplo que podría o debería hacer esto o lo otro, él se
convierte en interlocutor y, aunque sea acertado lo que le digo, también tiene que poner sus
límites frente a mí. Así se lo exige su dignidad. Contándole una historia, sin embargo, ya no
tiene que tratar conmigo, sino con las personas de la historia. Muchas veces no le cuento la
historia a él, sino a otra persona, de manera que el primero ni siquiera sabe que la historia
está pensada para él.
N.L.: A veces, sin embargo, por ejemplo en terapia individual, también te diriges
directamente a una persona. ¿Cuál es la diferencia? ¿Tienes que tener más cuidado, o
empleas otro tipo de historias?
H.: Hay pequeños trucos. Por ejemplo, se puede decir: «Una vez conocí a un hombre que le
contó a alguien …»
N.L.: Es decir, creas una historia marco.
H.: Sí. Entonces se trata de una historia que otra persona contó a un tercero, de manera que
la atención de mi interlocutor se desvía de mí. El marco crea un grupo ficticio en el que se
cuenta la historia.
N.L.: A veces, aparte de su función aclaratoria, tus historias también parecen servir de
distracción. ¿Tienes un plan determinado según el cual empleas las historias en el curso de
un seminario?
H.: No, a este respecto no planeo nada. A veces, después de un trabajo muy duro, veo que
hace falta algo relajante, así que miro a ver si se me ocurre alguna historia que pudiera
contar. Es como un volver a la tranquilidad y un prepararse para lo siguiente. También los
ejemplos que aporto para explicar determinados aspectos de mi trabajo son tales historias;
también en este caso se trata de un descanso. Es decir, procuro que un curso se desarrolle
como un drama: primero hay acción, después una cierta reflexión; o, a veces, después de un
caso muy serio, hace falta una broma u otra cosa divertida.
N.L.: Es decir, se crea un cierto equilibrio.
H.: Son momentos de equilibrio y, curiosamente, también de profundidad, ya que también
entra en juego el elemento contrario. Es decir, no solamente serio, ni únicamente divertido,
y no sólo teoría, ni sólo trabajo, sino todo a la vez: la vida plena.
Experiencia de vida
N.L.: Cuando miras a tu vida, ¿qué experiencias personales, aparte de las experiencias que
ganaste a través de tus maestros, desempeñaron un papel importante en el desarrollo de tu
enfoque terapéutico?
H.: Naturalmente, una experiencia muy importante para mí fueron los muchos años de
estancia con los zulúes en Sudáfrica. Allí conocí otro tipo de trato humano; por ejemplo,
mucha paciencia, pero también mucho respeto mutuo. Allí se sobreentiende que no hay que
dejar en ridículo a otra persona, de manera que pueda guardar la faz y conservar su
dignidad. También la manera en que los zulúes tratan a sus hijos y cómo los padres hacen
valer su autoridad con toda naturalidad me impresionó mucho. Y cómo los hijos, con toda
naturalidad, respetan a sus padres. Así, por ejemplo, no oí nunca que nadie hablara con
desprecio de sus padres. Sería impensable entre ellos.
N.L.: En aquel entonces trabajabas en una orden de misioneros católicos. ¿Hasta qué punto
te marcó ese entorno concreto?
H.: Fue para mí una experiencia de mucha disciplina y de trabajo intenso que me exigía a
todos los niveles; es algo que aún ahora me marca. En Sudáfrica, durante mucho tiempo
dirigía escuelas superiores dando también clases de diversas asignaturas, especialmente de
inglés. Asimismo, durante muchos años administraba toda la enseñanza de una diócesis que
comprendía unas 150 escuelas. Las experiencias pedagógicas de aquel entonces aún hoy me
resultan provechosas para mis cursos.
N.L.: Cuando a principios de los años 70 abandonaste la orden y cambiaste de profesión,
¿también hubo resistencias?
H.: Cuando me fui, no hubo ninguna resistencia, ni por parte de la orden, ni por la mía. Fue
como un crecimiento ulterior. Por tanto, tampoco lo viví como una ruptura, sino como un
desarrollo.
N.L.: Es decir, ¿tu despedida fue realmente pacífica?
H.: Sí. Puedo acordarme con buenos sentimientos, y también conservo el contacto con mis
amigos de allá. Puedo valorar lo que allí recibí, y también puedo valorar el trabajo que se
realizó.
Insights
N.L.: ¿Podrías resumir los aspectos nuevos que aportas a la psicoterapia sistémica?
El amor
H.: Lo más importante fue reconocer que detrás de todo comportamiento, por muy extraño
que nos parezca, actúa el amor. Y que también detrás de los síntomas que una persona
presenta siempre actúa el amor. Por tanto, lo decisivo en terapia es encontrar el punto
donde este amor se concentra. Esta es la raíz, y desde allí siempre se encuentra el camino a
la solución, ya que también la solución siempre pasa por el amor. En un primer lugar
experimenté esto en terapia primaria, pero más tarde también en análisis transaccional y en
terapia familiar. Noté que gran parte del trabajo con sentimientos ¾ tan fomentado en
muchas ocasiones, por ejemplo diciéndole al cliente: “¡Saca toda tu rabia! „ ¾ pasa por alto
lo más esencial. También he podido ver que la persona que en una terapia es animada a
expresar ante sus padres que está furiosa con ellos o que incluso quisiera matarlos, más
tarde se castiga duramente a sí misma. El alma del hijo no tolera el menosprecio de los
padres. Sólo al ver todo eso, me di cuenta del pleno alcance del amor. Por tanto, siempre
busco primero al amor, resistiéndome a todo lo que pueda ponerlo en peligro.
El equilibrio
Otro descubrimiento muy importante fue que la necesidad de llegar a un equilibrio entre dar
y tomar, entre ganancia y pérdida, es tan fuerte que nunca podrá ser sobrestimada. A un
nivel inconsciente, esta necesidad actúa como una tendencia a la compensación en la
fatalidad. Es decir, si yo hice algún mal a otra persona, también me hago sufrir a mí mismo;
o si vivo algo bueno, lo pago con algo malo.
N.L.: ¿Cómo se desarrolla esta manera de actuar paradójica?
H.: Simplemente por el deseo de escaparse de la presión. La presión por alcanzar un
equilibrio es inmensa. De repente me di cuenta de que muchísimos problemas se deben a
esta necesidad instintiva de llegar a un equilibrio, necesidad que no conduce a ninguna
solución, a no ser que se encuentre otro tipo de compensación a otro nivel: la compensación
a través del bien, del respeto y del amor.
N.L.: ¿También recibiste impulsos exteriores para tu modelo terapéutico?
H.: Boszormenyi-Nagy escribió un libro titulado «Lealtades Invisibles»; sus ideas me
indicaron un rumbo. Pero pronto dejé de lado el libro para mirar y ver yo mismo cómo
actuaba la necesidad de compensación en las familias. Además, me di cuenta de que
Boszormenyi-Nagy tan sólo describía la compensación instintiva, que tenía consecuencias
nefastas; la compensación que conduce a la solución, sin embargo, se encuentra o otro nivel
más elevado.
El mismo derecho a la pertenencia
N.L.: ¿Aún existen otras ideas básicas, y en qué se centra primordialmente tu esfuerzo
terapéutico?
H.: Sintonizo con un movimiento que vuelve a unir lo separado; pero de modo que primero
se encuentre lo que separa y también lo que une. Lo más importante que descubrí de lo que
separa y lo que une fue que, tanto en la familia como en la red familiar, cada miembro tiene
el mismo derecho a la pertenencia ¾ independientemente de si aún vive o ya está muerto.
Es decir, el alma misma, a través de sus reacciones ante la negación o el reconocimiento de
este derecho, demuestra que se trata de un derecho fundamental, reconocido por todos en la
profundidad del alma. Por tanto, siempre que un miembro de la familia o de la red familiar
es excluido, apartado u olvidado, la familia o la red familiar reacciona como si se tratara de
una injusticia grave que reclama la expiación. Así ocurre, por ejemplo, en el caso de una
persona que por razones morales es considerada indigna de pertenecer a la familia; o
cuando alguien ocupa el lugar de un miembro de la familia como si pudiera desplazarlo; o
cuando ya no se quiere saber nada de un miembro de la red familiar porque su suerte causa
temor; o aún cuando tan sólo se le olvida, por ejemplo en el caso de un hijo que murió al
nacer. El alma no tolera que nadie sea considerado más grande o más pequeño, o mejor o
peor. Únicamente los asesinos pueden y deben ser excluidos, es decir, los demás miembros
de la familia los despiden de sus corazones con amor.
La injusticia de la exclusión se expía en la familia nuclear y en la red familiar, llevando a
que otro miembro del sistema, muchas veces sin darse cuenta personalmente, represente a
la persona excluida u olvidada reavivando sus sentimientos y su suerte. Esta es la causa más
importante de implicaciones sistémicas y de los problemas resultantes tanto para el
implicado como para su familia. El derecho fundamental a la pertenencia, por tanto, no es
una exigencia impuesta desde fuera, sino que en lo profundo de nuestra alma actuamos
como si de una ley predeterminada se tratara, por mucho que en la superficie pensemos o
hagamos para justificarnos.
En las familias rige la ley de la igualdad de todos sus miembros. Cada uno, para así decirlo,
está al servicio de la familia, y ninguno es prescindible o puede ser olvidado. Los
problemas más graves que como terapeuta me encuentro tienen su origen en el desacato de
la igualdad. Por tanto, como terapeuta procuro que la persona excluida aparezca
nuevamente ante los ojos de los demás, y, una vez reconocido e integrado este miembro del
sistema, vuelve la paz, y los implicados se encuentran libres. En este reconocimiento mutuo
de la igualdad vuelven a encontrarse aquellas personas que antes quizás estaban separadas:
marido y mujer, padres e hijos, sanos y enfermos, los que vinieron y los que se marcharon,
los vivos y los muertos. Como terapeuta me encuentro profundamente comprometido al
servicio de la reconciliación.
Enfermedad y sanación en el seno de la familia
N.L.: Desde hace algún tiempo, también trabajas con personas gravemente enfermas.
¿También en este ámbito ha mostrado ser válido tu enfoque terapéutico?
H.: Sí, sobre todo en caso de tratarse de problemas o afecciones causados por implicaciones
sistémicas.
N.L.: ¿Y cuáles son los síntomas que mejor responden a una psicoterapia sistémica?
H.: Podemos apreciar que determinadas enfermedades graves, como por ejemplo cáncer,
tienen también causas sistémicas. El contexto sistémico se muestra en la dinámica de „Te
sigo“; es decir, la persona pretende seguir a otro miembro de la red familiar, enfermo o
muerto, cayendo enfermo o buscando la muerte también él. O el caso de un hijo que ve que
alguien en su familia tiene la tendencia de seguir a otra persona de esta manera, por lo que
pretende retenerlo diciendo: «Mejor que vaya yo que tú.» A todo esto aún se añade el deseo
de expiar y compensar una fatalidad, buscando a su vez la fatalidad. Conociendo estas
dinámicas fundamentales, es posible despojarlas de su poder y mitigar mucho sufrimiento y
dolor.
Otros síntomas están relacionados con el movimiento interrumpido hacia uno de los padres.
Así, por ejemplo, los dolores cardíacos o de cabeza frecuentemente expresan un amor
retenido, y los dolores de espalda muchas veces se desarrollan cuando la persona se niega a
realizar una inclinación profunda ante la madre o el padre.
Procedimientos importantes
N.L.: ¿Cuáles son tus procedimientos terapéuticos más importantes en el trabajo con
constelaciones familiares? ¿Cómo los resumirías en unos cuantos puntos principales?
Tomar la dirección
H.: Una vez configurada la constelación, no dejo la solución únicamente en manos del
cliente. Así, por ejemplo, no dejo que busque sólo el lugar en el que se encuentra bien.
Cuando alguien configura la constelación de su familia, de mi percepción y de mi
experiencia me viene una imagen de la manera en que el orden está perturbado y cómo
debería ser corregido. Esta es la imagen que me guía para buscar la solución. Es decir, yo
mismo configuro las imágenes intermedias y de solución, pero siempre contando con la
colaboración del cliente. Así compruebo la imagen por su efecto, viendo si éste afirma la
imagen o si aún se requieren otros pasos más.
N.L.: Es decir, ¿también compruebas tu imagen interior?
H.: Sí, siempre, en cada caso. Por tanto, nadie tiene que creer simplemente lo que digo o
hago. Sin embargo, no le dejo la iniciativa al cliente, ya que no encontraría la solución por
sí sólo. Si supiera hacerlo, no necesitaría acudir a mí. Una vez encontrada la imagen de
solución, le pido al cliente que ocupe su lugar en la constelación tomando la posición que
su representante tenía. De esta manera tiene la posibilidad de comprobar por sus propias
reacciones si la solución es la correcta para él.
Ir hasta el límite
N.L.: Muchas veces, partiendo de la imagen de solución, le haces ver al cliente
consecuencias aparentemente muy duras.
H.: Enfrento a la persona con las máximas consecuencias de aquello que en su familia
ocurre; por ejemplo, que morirá un hijo si él abandona a la familia. Y también lo enfrento
con los pasos necesarios para llegar a una solución, por ejemplo que debe inclinarse
profundamente ante su padre y darle la honra. O, quizás, que tiene que salir de la familia;
también eso puede ser una consecuencia en algunos casos.
N.L.: ¿Qué significa eso en concreto?
H.: Que la persona en cuestión renuncie a sus exigencias. Una madre, por ejemplo, que dio
a su hijo ya no tiene ningún derecho sobre él. En un caso así, tiene que marcharse y dejar al
hijo con el padre.
Estas son intervenciones terapéuticas de gran trascendencia y pide mucho valor hacerse
responsable de un paso así. Pero sólo confrontando a la persona con todas las
consecuencias de su comportamiento y con las condiciones para una solución, la decisión
se hace inevitable y posible.
En este contexto me acuerdo de otro de mis maestros: este ir hasta el límite fue algo que
Frank Farrely presentó de manera muy patente en su «terapia provocativa». El me indicó un
camino, y me acuerdo de él con gratitud.
Quedarse con la realidad aunque sea chocante
N.L.: En tus grupos terapéuticos, sin embargo, ¿una y otra vez habrá participantes que se
mostrarán chocados de la manera tan directa en que los confrontas?
H.: Tan sólo confronto al participante con una realidad visible.
N.L.: ¡Que tú ves!
H.: Y que el otro, por supuesto, conoce. Únicamente es chocante para aquellos que no
quieren ver lo que es.
Así, por ejemplo, en un curso hubo una mujer con una enfermedad mortal incurable; es
decir, ya no le quedaba mucho tiempo de vida. Ella quería configurar su familia, pero yo le
dije: Cogeré únicamente a dos personas: tú y la muerte. Elige a alguien para ti y elige a
alguien para la muerte.
Eso es chocante para alguien de fuera. Para esa mujer, sin embargo, no fue así, ya que sabía
que iba a morir. Eligió a una mujer más baja como representante de ella misma, y una
mujer más alta para la muerte. Colocó a las dos mujeres una en frente de la otra, muy cerca,
pecho a pecho. La mujer más baja, que representaba a la cliente, levantó la vista, se quedó
mirando a la muerte y dijo: Tengo una sensación cálida y siento el aliento suave de la
muerte en mi cara.
También la muerte tenía una sensación de calidez frente a esa mujer.
Le dije a la mujer que representaba a la cliente que le dijera a la muerte: «Te doy la honra.»
Así lo hizo, y la muerte y la mujer se cogieron de las manos muy suavemente, de ambas
manos, mirándose con gran cariño.
Esta es la realidad que sale a la luz, la realidad que actúa precisamente porque pudo salir a
la luz. Pensando, sin embargo, que la muerte es algo horrible, se tiene miedo de sacar a la
luz esta verdad. Cuando yo saco a la luz un asunto de esta índole, siempre se trata de una
realidad que se presenta de la manera que es, con toda seriedad. Es algo que no se
contradice, es decir, el cliente no lo contradice. Quizás, a otros les infunda miedo esta
realidad, por lo que intentan resistirse diciendo que la enfermedad no será tan grave y que
aún debería haber algo más que enfrentarse con el final. Es este tipo de comentarios que yo
no permito, aunque parezca duro en ese momento.
N.L.: ¿Qué consecuencias tendrían estas objeciones si las permitieras?
H.: En un caso así, la realidad se encontraría transferida a un nivel de opiniones y de
arbitrariedades, lo cual es inadmisible. Es aquí donde mi trabajo se hace directo y denso: no
tolero que la realidad se minimice.
N.L.: ¿Cuáles serían los efectos para el cliente si toleraras la arbitrariedad?
H.: Le debilita. La realidad, en cambio, por muy dura que parezca, le hace fuerte y libre en
cuanto la mira abiertamente y la reconoce. Una vez, por ejemplo, después de configurar la
constelación familiar de una cliente, le dije que su matrimonio ya no tenía salvación, que
los hijos tenían que ir con el marido y que ella debía quedarse sola. Otros participantes
querían hacer objeciones y presentarle soluciones más cómodas, pero yo los corté. Lo que
le había dicho no era un producto de mi imaginación, sino que había quedado claro en el
curso de la constelación, tanto para ella como para mí. Más tarde, uno de los participantes
me contó que durante la noche siguiente se pasó tres horas altercando conmigo porque
pensaba que había sido demasiado duro con ella. La mañana siguiente, sin embargo, aquella
mujer vino al grupo radiante y el otro participante se dio cuenta de que su preocupación por
ella y su lucha interior conmigo habían sido innecesarias.
N.L.: ¿Cómo te ves a ti mismo en una intervención de tanta responsabilidad?
H.: En primer lugar me considero una persona que saca a la luz determinadas realidades,
siendo éstas realidades las que ayudan y curan, no yo. Sea cual fuere la decisión que se
toma después, no tiene nada que ver conmigo.
N.L.: ¿Qué ocurre en el interior del cliente cuando encara la realidad de esta manera?
H.: Ya no se hace ilusiones. De esta manera, su visión y sus actos cobran otra seriedad y
otra fuerza. Así, aún actuando en contra de su conocimiento, sabe lo que hace, ya no actúa por un mero impulso.
Dejar de lado el problema referido
N.L.: ¿Por qué no dejas que tus clientes refieran más que descripciones breves de sus
problemas? Es algo que desconcierta a muchas personas.
H.: El problema que una persona relata, tal como lo relata, en realidad no es su problema.
Ya que si realmente lo hubiera captado, …
N.L.: … ya no existiría.
H.: Exacto. Por tanto, aquí parto de la idea de que casi todo lo que una persona refiere de su
situación no corresponde realmente a ella. Si lo escuchara, no haría más que darle la
oportunidad de justificar y reforzar una vez más su problema a través de su descripción. Por
tanto, no le permito que me cuente su problema de la manera que él quisiera hacerlo, sino
que le digo que únicamente me interesan los sucesos, por ejemplo si alguien de los padres
estuvo casado anteriormente, cuántos hermanos tiene, si uno de sus hermanos murió, o si
hubo otros acontecimientos incisivos en su infancia y en su familia.
N.L.: Es decir, únicamente quieres oír los hechos.
H.: Únicamente los hechos, sin ninguna interpretación. De los hechos puedo saber lo que
ocurre en su alma y cuál es la raíz de sus problemas o de las dinámicas en las que se ve
implicado. Así tengo las informaciones que necesito.
Centrarse en la energía
N.L.: Algunas personas, sin embargo, podrían aportar un sinfín de hechos. ¿Cuándo
consideras suficiente la información recibida para poder formarte una imagen clara?

¿Cuáles son los hechos importantes?
H.: Los acontecimientos y hechos están cargados de energía. Cuando una persona habla de
un acontecimiento, puede percibirse inmediatamente la energía que éste encierra y el
alcance de sus consecuencias. Cuando alguien relata que un hermano suyo murió de
pequeño, siempre se trata de un hecho de gran impacto. O también el caso de una madre
que murió de parto: un hecho así actúa con una fuerza inmensa a través de generaciones.
Sucesos de este tipo deben ser abordados y reconocidos, puesto que se trata de hechos que
infunden miedo y, en consecuencia, suelen ser ocultados. Pero es justamente este secreto el
que les confiere su poder. Cuando se nombra un acontecimiento de este tipo, noto en
seguida si está cargado de energía o no. Muchas veces, cuando alguien nombra a una
persona determinada, sé inmediatamente que esta persona forzosamente tiene que ser
representada e imitada por otro miembro del sistema.
N.L.: ¿Cómo puedes estar tan seguro?
H.: Lo noto por la energía, por la fuerza que de allí emana. Después compruebo lo
percibido a través de la constelación. Muchas veces aún se añaden otros factores. Pero una
vez nombrada una persona importante, comienzo a trabajar en seguida. Todas las demás
informaciones surgen a través de la constelación.

Reducir el trabajo a un mínimo
N.L.: ¿Aún existen otros procedimientos terapéuticos que considerarías característicos para
ti?

H.: En las constelaciones familiares he podido comprobar la efectividad de un trabajo
reducido a lo mínimo, es decir, de no hacer más de lo estrictamente necesario, renunciando
a abarcar la totalidad de un caso. De lo contrario, la energía se encauza hacia la curiosidad
y el querer saber, desviándose del actuar. Corto inmediatamente en cuanto se percibe la
solución. Corto en el punto culminante, cuando hay un máximo de energía. De esta manera
impido que la energía se escape hacia los debates, conservándola concentrada para el
actuar. Por esta misma razón, tampoco tolero las discusiones detalladas una vez finalizado
el trabajo.
N.L.: ¿Cuáles serían los efectos de tales discusiones?
H.: Debilitarían a la persona en cuestión y, al mismo tiempo, darían a otros participantes la
oportunidad de dirigir la energía hacia ellos mismos y hacia sus problemas.

N.L.: Es decir, ¿inmediatamente sigues trabajando con otro participante o cambias de tema?

H.: Sí, inmediatamente paso a lo siguiente.

Interrumpir el trabajo

N.L.: ¿Qué haces cuando no encuentras ninguna solución en una constelación?

H.: Cuando no encuentro ninguna solución, interrumpo en seguida, y también en este caso no admito ninguna discusión. De esta manera, la interrupción es efectiva. Se trata de una
intervención dura, pero frecuentemente, al cabo de unos días, el participante encuentra lo
que aún le faltaba para la solución. Sin la interrupción y sin las fuerzas movilizadas por ella
quizás no lo hubiera conseguido.

N.L.: Por tanto, ¿también la interrupción de una constelación tiene un efecto terapéutico?

H.: Sí, también está al servicio del cliente. Lo mismo ocurre cuando hay que admitir un
fracaso. Así, por ejemplo, hay veces en las que digo: No puedo hacer nada ahora, y lo dejo
allí. Aunque veo que la situación es dura para el cliente, no me preocupo, ya que dejando
las cosas como están, quizás a otro participante del grupo se le ocurre algo al respecto,
aportando así la palabra clave que nos permite avanzar. Por tanto, no pretendo tener
siempre un control absoluto de todo, sino que me muevo con la corriente. La misma
corriente también lleva a los demás, dándose así un intercambio entre todos que sirve al
desenlace bueno.

Guardarse de la curiosidad

N.L.: Es una imagen muy buena. Varias veces he podido observar como te resistes a
determinadas preguntas mediante una respuesta ambigua o un comentario irónico, ¿cuál es
la razón de fondo?

H.: Si alguien hace una pregunta seria que le es importante, siempre la respondo; así me lo
exige el respeto. Pero si el único interés de una pregunta es el de ponerme a prueba, me
retiro a través de la ambigüedad o de una broma, pero también mediante el enfrentamiento.

N.L.: Muchas veces también se trata de una cierta curiosidad.

H.: La curiosidad es una falta de respeto ante la otra persona; y de la misma manera que yo
no hago preguntas curiosas, tampoco permito que me las hagan a mí.

El éxito no se controla

N.L.: A veces da la impresión de que no necesitas ni tampoco quieres ninguna información
de los efectos posteriores de tu trabajo. ¿Por qué?

H.: Sí que necesito el feedback. La respuesta principal, sin embargo, se me da durante el
trabajo mismo, cuando veo el impacto inmediato sobre los sentimientos del cliente, y los
cambios que se producen. Pero nunca limito el trabajo a los síntomas, de modo que tenga
que investigar para saber si han desaparecido o no. Mi meta no consiste en eliminar un
síntoma, sino en hacer que una persona recobre la unión con su familia, de manera que
pueda estar en contacto con todas las fuerzas buenas que ésta alberga. Este hecho le da al
cliente muchas energías nuevas y siempre es un éxito. Hasta qué punto este trabajo influye
también en los síntomas, es otro asunto que, en primer lugar, atañe a los médicos y
psiquiatras. Por tanto, a clientes con síntomas graves siempre les aconsejo que consulten
también a un médico o a un psiquiatra si veo que eso sería lo más indicado en el caso
concreto.

N.L.: El no preguntar por el éxito, ¿tiene un significado terapéutico?

H.: Esta es una pregunta interesante que considero muy importante. Naturalmente me
alegro cuando, al cabo de un tiempo y a través de terceros, me entero de que alguien se
encuentra bien. Pero nunca lo preguntaría directamente, por la simple razón de que no
quiero ponerme entre él y su alma, ni tampoco entre él y su destino, ni entre él y el «Gran
Alma» ¾ para llamarlo de alguna manera ¾ que le guía. Cuando trabajo con él, me siento
en sintonía con su destino y en sintonía con su alma y en sintonía con el «Gran Alma». Así,
una vez terminado mi trabajo, puedo retirarme sin seguir investigando. Si sintiera
curiosidad o pretendiera investigar, ya no confiaría en estas fuerzas, lo cual tendría
consecuencias muy graves tanto para mí como para el cliente, ya que dichas fuerzas me
abandonarían a mí y le abandonarían a él.

N.L.: Por tanto, cuando un cliente te comunica, todo contento, que la terapia fue un éxito,
¿te parece bien o te frena?
H.: Me distancio de ello viéndolo como una tentación al poder.
N.L.: ¿También podría ser una tentación de querer encontrar reglas y de fiarse más de las
reglas que del momento y de lo que éste muestra?
H.: Eso es lo mismo. También sería una tentación al poder. En cuanto me dejo llevar por
una reacción eufórica, pierdo el terreno firme y también mi claridad. Y pierdo fuerza. En
ese momento ya no estoy libre. Cuanto menos sepa, más centrado en mí mismo y recogido
puedo estar. Por este mismo motivo tampoco quiero saber nada de lo que el cliente, ya
anteriormente, hizo para solucionar sus problemas. Así puedo trabajar con él con toda
libertad.

El momento actual es lo que cuenta

N.L.: Muchas veces, las personas que llegan a conocer tu enfoque psicoterapéutico
preguntan: «De dónde saca Hellinger todo esto? ¿Cómo llegó a esta visión de las cosas?»

H.: He aprendido de muchas personas.

N.L.: De eso ya hablamos.

H.: Lo más importante lo percibo en el momento. Es decir, cuando el trabajo me exige, me
expongo enteramente a la situación y a las personas en cuestión, sobre todo a los excluidos.
Cuando los tengo presentes a todos, cuando los miro con respeto y con cariño, de repente
me viene la solución, y es ésta la que digo. Al cabo de un cierto tiempo también descubro
determinados patrones básicos.

N.L.: Esta sería la parte de experiencia.

H.: Sí, de la experiencia reconozco patrones repetitivos, como por ejemplo el hecho de que
parejas anteriores de los padres siempre son representados en la familia por uno de sus
hijos.

N.L.: Si se casan otra vez …

H.: … o si anteriormente hubo una novia u otra relación importante; también ésta, más
tarde, es representada por un hijo o una hija. Este es uno de los patrones que descubrí.
También existen patrones insólitos de los que ya no recuerdo cómo llegué a conocerlos; por
ejemplo, que alguien que siente una preferencia por el cuento de Juan en la Felicidad, tiene
en su familia alguien que perdió su fortuna, en la mayoría de los casos, uno de los abuelos.
De repente lo veo, y me puedo fiar de esta percepción.

N.L.: ¿Aún encontraste otros patrones más?

H.: A veces llego a comprender realidades que en un principio no quisiera admitir, como
por ejemplo la frase: «La mujer tiene que seguir al hombre» y aquella otra frase: «El hombre
tiene que servir a la mujer y a los hijos». Cuando me vinieron estas frases, primeramente
me resistía a esta comprensión, pero finalmente no podía seguir ignorándolo. Cuando llego
a comprender una realidad de esta manera, lo expreso ante el cliente, o ante el grupo, y
espero el efecto. Pero no intervengo en lo que una persona hace de estas frases. No presento
esta comprensión como una tesis mía que tendría que defender. Tan sólo se trata de algo
que me llegó, y como tal lo transmito. Que posteriormente se reconozca o no, no tiene
ninguna importancia para mí.
N.L.: Esto nos lleva directamente a otra pregunta que también oigo muchas veces: „¿De
dónde saca Hellinger esta seguridad para presentar sus afirmaciones como verdades
apodícticas?“
H.: Siempre presento las «verdades» como algo que en un momento determinado veo y que
cualquier otra persona puede ver si se centra en el momento concreto. Para mí, la verdad es
algo que el momento me muestra, indicándome la dirección para el próximo paso a dar.
Cuando veo algo de esta manera, lo digo con toda seguridad, comprobándolo por sus
efectos. Si en otra situación vuelvo a encontrarme con lo mismo, no me apoyo en la
comprensión anterior ¾ precisamente porque no es ninguna verdad inamovible la que
proclamo ¾, sino que una y otra vez intento ver de nuevo lo que el momento me muestra.
Quizás, esta vez me presente algo diferente, y lo digo tal como lo veo en este momento.
Aunque difiera de lo anterior, o quizás incluso lo contradiga, lo expreso con la misma
seguridad porque el momento no me permite otra cosa.
N.L.: Es decir, ¿no te haces reglas fijas?
H.: No, en absoluto. Por tanto, cuando alguien me dice: «Pero antes de ayer dijiste esto y lo
otro», me siento mal interpretado porque me reprochan que no me centro en el momento.
En cada momento me fijo de nuevo, ya que la verdad de un momento sustituye la verdad de
otro momento. Por eso, únicamente considero válidas mis palabras para el momento
presente. Es este guiarme por la verdad del momento al que me refiero cuando defino mi
proceder como «psicoterapia fenomenológica».
N.L.: Pero eso se contradice con lo que antes dijiste de los patrones repetitivos.
H.: Exacto. (se ríe) Afronto la contradicción cuando ésta se presenta, sopesando lo uno y lo
otro.
N.L.: ¿Fue también esta visión de las cosas un motivo por el que no publicaste nada escrito
durante tanto tiempo?
H.: Hacia tiempo que también quería transmitir algo por escrito. Pero mucho de lo que veía
aún estaba incompleto, por ejemplo, mi comprensión de la conciencia. Al cabo de un
tiempo, sin embargo, me di cuenta de que era suficiente ver tan sólo determinados aspectos
y comunicarlos; también de esta manera surtían su efecto. Por eso, la manera en que está
concebido el presente libro «Ordenes del Amor» (TITULO EN ALEMÁN, publicado en
castellano con el titulo «LA FELICIDAD DUAL») corresponde mucho más a mi proceder y
a mi percepción que si pretendiera ofrecer algo completo.
N.L.: ¿Aún hay otro elemento decisivo en este tipo de percepción?
H.: En su primer libro, «Las Enseñanzas de Don Juan», Carlos Castaneda presenta un breve
tratado sobre los enemigos del saber. Como primer enemigo cita al miedo. Sólo quien
vence el miedo puede ver claramente la realidad.
N.L.: ¿Y cuál es la mejor manera de vencerlo?
H.: Asintiendo al mundo tal como es, con todo tal como es. Este es el gran paso. Quien es
capaz de asentir a la muerte, de asentir a la enfermedad, a su propia suerte y a la de los
demás, de asentir al final, al carácter efímero de este mundo, éste ha superado el miedo y
gana claridad.
N.L.: Gracias por esta conversación.
H.: Gracias también a ti. Ha sido un intercambio intenso que ha servido para formular aún
más claramente muchos conceptos.

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